PEINETÓN

Matías de la Guerra

Texto de sala de Samuel Dansey

2022

Matías de la Guerra es un personaje esquivo, escurridizo, difícil de clasificar. El tipo de persona que entra a un salón y genera entre los presentes una mezcla justa de fascinación e incomodidad.

Su figura, de una belleza eurocéntrica y un toque andrógina, no lo excusa de sus impertinencias. Al contrario, el manejo que hace de esa belleza clásica acentúa la frialdad, la cuestión maquinal, premeditada y penetrante de sus gestos.

Sabemos que usa el amarillo como señal distintiva, color de príncipes y emperadores, del sol, el oro y la divinidad. Amarillo narciso. Sabemos de su obsesión con ese pelo sano y larguísimo que lleva con tanta gracia y con todo el universo cosmetológico que requiere su condición. Sabemos de sus fotos con Lady Gaga y su coqueteo con el jet set internacional. Que no es chiste: Philip Treacy -diseñador de los tocados de la popstar y de toda la realeza británica, autoridad de la moda si las hay- lo sigue en Instagram, y suele darle likes a las imágenes de este salteño de 27 años que nadie se explica de dónde salió.

No vamos a indagar en su origen, no. Porque autobiográfico como es, en su discurso no aparece su pasado. MDG transita un presente perfecto sin dejar huellas. Recorrer sus imágenes buscando rastros del montaje será inútil. Sabe, como Honoré de Balzac, que la elegancia es el arte de ocultar los medios. Que no hay seducción sin misterio. Estamos ante un artista del maquillaje, un maestro de los filtros, un hijo del Photoshop.

A diferencia de quienes pintan su aldea, él prefiere pintarse a sí mismo. Las fotos en clave celebrity lo hicieron visible en su Salta natal. No solo ante la escena del arte sino ante todo eso que se llama “sociedad”; una colectividad de matriz agropecuaria y cristiana que venera el “orden natural de las cosas” por sobre toda extravagancia, impostura y falsedad.

Sin el abolengo ni el dinero suficientes –dos vehículos que garantizan la existencia en una sociedad de sumisos- pero valido de esas fotos como pasaporte, como documentos de identidad, MDG deambuló por ese escenario desplegando sus vanidades y sus ardides, impune, libre de todo prejuicio como el aristócrata de espíritu que es.

Un escándalo caminando. Una fantasía encarnada. Un ilusionista que se ríe de las cosas como son para proclamarlas como pueden ser.

Autodidacta, aficionado al diseño gráfico y la fotografía, hizo del autodiseño su tema y fusionó la práctica artista con la performance social. Se valió de las oportunidades que tenía a mano y sin llegar a romper las leyes dominantes, con un golpe de efecto, las torció. Un golpe certero, sí, pero sin la fuerza de quien abre la puerta de una patada. En todo caso con la astucia de quien hinca un estilete y burla el mecanismo de la cerradura sin violencia.

Protagonista de una novela no escrita (todavía), nuestro héroe llega a Buenos Aires y vaga por el circuito artístico sin más armas que la pose y su característica resting bitch face, como se llama a esa mirada entrecerrada de las modelos, que mistura indiferencia y relajo, sin traslucir ninguna emoción. Una mirada que mira lejos, más allá de lo evidente, o quizás solo un rasgo de miopía y timidez.

 

Con MDG nunca se sabe, su andar es fronterizo, oscilante. En la residencia Zona Imaginaria, donde vive y trabaja, empieza a hacer piezas de cerámica. Pero no despliega un gran repertorio. Son jabones y peines, repetidos con pequeñas variaciones. Una alusión a la toilette, el espacio íntimo, sagrado, donde el hombre elegante dispone las abluciones y los afeites que modificaran su apariencia y harán al arreglo secreto de su máscara social.

Ahora sí, con estos antecedentes como programa de mano, entramos a la obra que nos convoca: ¡Bienvenidos a Peinetón! un sainete criollo, una farsa, una opereta mental y argentinísima sobre la Sociedad del Espectáculo, donde lo importante, como señala Guy Debord, ya no es el ser o el tener, sino el parecer. Sin más.

Hombre de su facha y de su fecha, como decía de sí mismo Lucio Mansilla, primer dandi de las pampas, MDG rescata del olvido la peineta, objeto anacrónico, fetiche de los tiempos coloniales, y le devuelve todo su potencial. Hace de lo que ya sabemos su propia versión, con formas que tienen un guiño al arte concreto y al arte precolombino en un híbrido que nunca se vio.

Pero ¿son estas piezas las que dan entidad a la muestra? ¿Es esta la obra? ¿O acaso es solo la utilería de algo más grande que puede entenderse como una pieza de teatro temporal?

La experiencia comienza ante la fachada del edificio que nos invita a asomarnos a la vidriera con ánimos de curiosear. La fachada entonces como giro argumental. Adentro cuelgan las creaciones, suspendidas en el aire del mismo modo que flotan las ideas en el tocador. El lleva también una peineta clavada en la pelambre, coronando su testa. Su cuerpo y todo lo que lo rodea, el vestir, los utensilios, la arquitectura, generan un campo gravitacional que se desvanece en la atmósfera dejando el rastro de su perfume al pasar. El tercer acto será para las selfies que irán apareciendo en las redes a lo largo de los días sucesivos, pequeños engranajes de una puesta virtual. Y el final… el final quedará abierto. Porque hay algo de lo que no hay dudas: El artista está presente y su mito, en construcción.

 

M.S. Dansey

Buenos Aires, 19 de agosto de 2022.